Corazones rotos

Los finales de Liga siempre deparan muchas emociones y desatan las más bajas pasiones de cada aficiones (y de los que no son aficionados). No siempre esas emociones repercuten en actitudes positivas y más si los resultados en el terreno de juego no acompañan. Los ejemplos más claros los hemos tenido esta penúltima jornada en el Vicente Calderón y en el Ruiz de Lopera.

Dos aficiones unidas por los fracasos continuados de sus equipos en las últimas fechas, que, para mayor desgracia, ven cómo festejan triunfos los vecinos de enfrente. Betis y Atlético son dos enfermos terminales (cada uno por diferentes motivos) que necesitan un transplante urgente. Los jugadores y entrenadores siempre son los primeros que están en el punto de mira a la hora de cambiar el rumbo del club. A corto plazo puede ser una estrategia buena pero el mal endémico de ambos clubes viene de lejos. Se critican los proyectos año tras año, temporada tras temporada, con la complacencia de los medios de comunicación, que encubren la grave crisis que están sufriendo.


La solución: cambio radical en la cúpula directiva. Son ya 20 años de gestión de la familia Gil en el Atlético donde se han conseguido sólo 4 trofeos (3 Copas del Rey y una Liga) y se ha descendido al equipo. El mandato de Lopera en el Betis se extiende desde el año 1992, cuando se hizo con el 55% de las acciones, consiguiendo una Copa del Rey y tres años en Segunda División.

Los presidentes están en la cuerda floja, los aficionados ya se han cansado y señalan hacia arriba como los mayores culpables. Sin embargo, el asiento de poder es bastante apetitoso y parece demasiado difícil que cambien su opinión, lo que repercutirá en una próxima campaña igual de pésima.